MUNDO IMPA


Es la cooperativa más grande de Buenos Aires. Allí se lamina y se funde aluminio. Hace dos años estuvo cerrada, sin luz, sin gas, sin agua, y fue tomada y recuparada por los trabajadores. Es, también, un espacio para instalaciones de arte, un microcine, un estudio de pintura. Es un centro cultural y una fábrica al mismo tiempo. Y va a iniciarle un jucio al Banco Central para poder seguir existiendo
Los obreros conparten espacio con artistas
Comedor. El cartel dice comedor y se supone que debería ser un cartel sobrio, obligado por las circunstancias y tirando a desprolijo, pero no. Está fileteado. Tiene colores. Es lindo. Después, hay una pared a la que le falta un pedazo y un olor picante, como a grasa y a algo caliente, algo pastoso. Un olor sin escapatoria que crece en los cuatro pisos de IMPA. Industrias Metalúrgicas y Plástica Argentinas, devenida en cooperativa desde 1961 por obra y gracia del gobierno de Arturo Frondizi, atacada por el cáncer de fuego que se comió a gran parte del made in Argentina en los últimos años.
De fondo siempre ruido de máquinas que golpean, aplastan, escupen aire comprimido. Aspiran aluminio, vomitan bandejitas descartables.
Los datos filiatorios de este monstruo de 22.000 metros cuadrados dicen más o menos esto: que es una empresa de fundición, laminación, y producción de envases y papeles de aluminio. Que su planta, en Querandíes y Rawson, Capital Federal, es una de las únicas dos del país (la otra es Aluar) en la que se puede realizar el proceso completo del aluminio, desde la fundición del lingote hasta el laminado. Que fue fundada en 1910 con capitales alemanes, que Perón la nacionalizó en 1946 y que la convirtió desde 1948 en parte del grupo Dirección Nacional de Industrias del Estado, haciéndola convivir en dulce montón con otras empresas alemanas nacionalizadas. Que en 1961, el gobierno de Arturo Frondizi la transformó en cooperativa y que entonces, en sus buenos tiempos, IMPA tenía tres plantas en las que trabajaban tres mil almas: la de Almagro, una en Ciudadela y otra en Quilmes.
Ahora sólo queda ésta, con ciento cincuenta a los que les costó quedarse. Esperen.
Se escuchan jadeos en el comedor.
Corridas. Una voz que dice un, dó, tré, cuá, un, dó, tré, cuá. El comedor está sembrado de mesitas redondas y sillas tapizadas de flor. Hay una cocina industrial y cucharones gigantes. En una pared, la bandera de Boca dale campeón y una foto del general y la Eva, sonriente él en traje militar, muy Eva ella con trajecito crema. Un cartel anuncia el menú del día, otro promete helados artesanales. Son las 7 de la tarde. Sobre el piso del comedor hay tres chicos y tres chicas revolcándose, contorsionándose, haciendo vuelta carnero. Van en shortcitos, remeras rayadas, calzas. Un dó tré cuá un dó tré cuá. Se estiran, bailan, corren, juegan a la mancha. En el mismo piso, pero en otra ala, tres mujeres les están enseñando a unos cuantos la técnica correcta para colgarse de un trapecio. Un piso más arriba un orfebre, un fileteador y un dibujante orfebran, filetean y dibujan. En la planta baja, el portero se hace un bife a la plancha.
Desde hace un año en este lugar se producen pomos y bandejas de aluminio, lámparas y murales, papel de envolver alfajor y esculturas de parsec. Los capataces de fundición dan una mano para colgar trapecios y hay profesoras que gritan un dó tré cuá contentas como están de estar dando un taller que se llama, sí, Danza de Esfuerzo, en un comedor que se llama, sí, Azucena Villaflor, y en el que durante el día almuerzan ciento cincuenta almas a las que les sigue costando mucho quedarse acá.

IMPA es la única fábrica en el mundo que alberga -desde hace un año- un centro cultural
Ellos lo cuentan así: en Querandíes y Rawson funciona la que parece ser la única fábrica en actividad en el mundo entero que alberga desde hace un año un centro cultural. El centro cultural se llama La Fábrica Ciudad Cultural, tiene más de treinta talleres (de trapecio, de danza de esfuerzo, de la voz, de expresión corporal, de danzas argentinas, de entrenamiento actoral en improvisación, de construcción de instrumentos, de dibujo, de cerámica, de fileteado) y aseguran que en un paseo por las instalaciones un tipo llamado Manu Chao se quedó tembleque y azorado.
Pero como el principio del mundo, todo empezó con la debacle.
La cooperativa IMPA, maltratada por el tequila y por las desmedidas ambiciones del por entonces Consejo Administrativo de la fábrica, se presentó en 1997 en concurso de acreedores. Dicen que había interés por transformarla en sociedad anónima o shopping conocido. La fábrica estuvo cerrada durante cuatro meses hasta que en mayo de 1998 unos sesenta operarios dispuestos a empujar portones la tomaron. Se metieron de prepo y adentro era el desierto: no había luz, ni teléfono, ni gas. Para evitar que se llevaran las máquinas, se quedaron a dormir haciendo guardias rotativas. Para tener qué comer y con qué viajar, salieron a pedir con alcancía de lata. Laminadores y torneros se paraban en los semáforos con toda la vergüenza del mundo y un poco más también a explicar por qué estaban haciendo eso. Unos les daban. Otros, no. Con el tiempo reconectaron el gas, y cuando llegó la luz pudieron poner las máquinas a funcionar.
-Sentir las máquinas andando fue una alegría inmensa. Nunca pensamos que podía salir mal, porque más mal no podía salir. Ya estábamos en la calle.
Oracio Atilio Campos es un hombre chico. Es el presidente del Consejo de Administración y parece más chico, flotando como está a orillas de una mesa larga, vestigio fósil de cuando había gran directorio por reunir en este salón de paredes forradas de madera, con la elegancia siempre decadente y de moda en el 50.
-Oracio sin hache. No quisieron trabajar los santiagueños poniendo la hache.
Es de Santiago, pero no le queda acento. Está peinado al agua, para atrás, y mientras habla se mira las manos y se toca las puntas de los dedos con las otras puntas de los otros dedos, así. -Ahora me cambié porque vino usté, pero yo soy mecánico y sigo metiendo las manos en la grasa como todos los compañeros.
Antes la gente como Oracio no podía venir a esta parte de la fábrica, que era para los de administración. Tenían que limpiarse los zapatos para llegar a esta habitación tapizada de madera.
-Nosotros éramos los negros de laminación. No nos podíamos mezclar. Lo que sí, llegaba la quincena y cobrábamos, pero estábamos peor que en el ejército. Ahora, nadie anda por atrás de uno. Somos todos iguales. Y lo lindo de esto es que es la familia IMPA. Los del centro cultural van a conversar a alguna máquina con los muchachos y en fin, vamos tirando juntos, ellos se entusiasman con la cooperativa y parece que lo van sintiendo de ellos.
Oracio sin hache fue uno de los que salió a pedir. Le tocó encarar al carnicero.
-A ver si un poco de chorizo nos daba, y me dijo Pero sí, hombre, y en un elástico de cama hicimos asado pa todo el mundo, y los que estaban vigilando sacaron foto, decían que íbamos a comer asado y chupar vino los negros que estábamos. Y no fue así. Le pagamos al carnicero, lo pagamos. Mucha gente ayudó mucho. Yo en un momento generalizaba un poco y decía que la juventud estaba toda perdida, y me pegaron en la cara cuando me tocó ir a la Facultad y los chicos nos llevaban por todos los cursos y nos decían que explicáramos la situación nuestra. Todos ponían, hasta los profesores. Cuatrocientos y pico en una noche hicimos. De a poco volvieron a trabajar 150 personas. En marzo de 1999 se homologó el concurso. Eso, traducido, significa que renegociaron la deuda con los acreedores. Pero no quedaron todos contentos. Guillermo Robledo es el gerente de la cooperativa. Un hombre de rulos, mirada grande, sin celular, sin traje, casi sin oficina.
-En diciembre del 97 se presentó el concurso, y homologamos en marzo del 99. Eso quiere decir que nuestros acreedores estatales y privados nos dieron tres años de gracia, y diez de plazo para pagar. Pero por ser una empresa en concurso estamos en calificación cinco del Banco Central, que significa que no podemos pedir crédito. Nos cambian esa calificación recién cuando paguemos el 40% de la deuda, que sucederá dentro de seis años. O sea que durante seis años voy a estar en esta situación, teniendo que conseguir crédito a través de cuevas financieras que nos cobran el 4% mensual, que significa el 60% anual, cuando cualquier banco nos daría crédito por el 25% anual. Nosotros ya pagamos 600.000 pesos de intereses en cuevas financieras. Lo increíble es que yo negocié con mis acreedores, y el Central, al que no le debo un peso, me castiga. La norma del Banco Central dice que cualquier banco que le dé crédito a una empresa en las condiciones de la nuestra tiene que previsionar el cien por cien. O sea que la tasa es el doble. Si me presta un peso, tengo que devolver dos. Y además no puedo usar el bien como garantía. Este edificio sale siete millones, pero no lo puedo usar como garantía. Si hoy el Banco Ciudad nos da un crédito, podríamos levantar la convocatoria y eso nos permitiría estar en el circuito normal del crédito. Con un millón y medio de pesos salimos del concurso.
El monto total de la deuda es de cinco millones de pesos, de los cuales dos corresponden a un deuda con el Banco Nación.
La fábrica llegó a facturar 12.000.000 de pesos anuales. Ahora, 2.225.000 anuales, pero podría llegar a 4,5 millones si pudiera contar con capital de trabajo necesario para satisfacer todos los pedidos, y si eso sucediera podrían tomar a setenta personas más. Por eso, dice Robledo, piden la condonación de la deuda de dos millones con el Banco Nación, que es su principal acreedor.
-Condonar significa que no pagaríamos esa parte de la deuda. Es la única parte que queremos que condonen, porque queremos que el Estado reconozca que desde hace tres años hemos mantenido la fuente de trabajo de 150 personas, y lo que le hemos ahorrado al Estado porque esto siguió funcionando es mucho más que dos millones de pesos. Si esto va a juicio, o a remate, no gana nadie. Pero la condonación es una decisión política y la tiene que tomar el presidente.
Los inconvenientes son tantos. El jueves 7 de marzo, mientras se estaba haciendo esta nota, los trabajadores de IMPA cortaron la Avenida de Mayo entre las 11 de la mañana y las 7 de la tarde, reclamando que Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno de la Ciudad, los recibiera. El día anterior, miércoles 6, Edesur había cortado la luz en la fábrica, por una deuda de 40.000 pesos.
-Vino el camión de Edesur -dice Guillermo Robledo- y cortaron la luz de todo el barrio, para que pensáramos que era un corte general. Los de la camioneta.
Pero no es fácil. Las chicas que se dejan las axilas largas y el aro en el ombligo, los chicos pelados y que se dejan la remera rayada y la sonrisa de gato de Chessire sobresaltan a muchos.
-Te habían visto veinte veces, pero te levantaban la chapita de la mirilla de la puerta y te decían "Sí, ¿qué busca? Claro, los tipos peleando por su fuente de laburo y empezamos a caer unos tipos raros.
Javier Distéfano no es raro. Es fileteador y cuando da la mano te la desarma al punto dolor, pero no es raro. Está en La Fábrica desde el principio, cuando alguien le habló de ese lugar donde nadie iba a pagarle nada, pero en el que podía trabajar a cambio de aportar al fondo común el 30% de lo que cobraba en sus talleres y quedarse con el 70%. Y allá fue Distéfano. Con una cama, dice que llegó. -Era para filetear, pero al portero le dio un ataque de locura. El chabón estaría convencido de que yo venía a copar. Igual a mí esta gente me partió la cabeza. Tuvieron la lucidez de generar esto, un espacio de cultura en una fábrica, una forma de combatir más piola que la de los 70 para obligar al Estado a cumplir con su deber, que es mantener la fuente laboral del ciudadano.
El espacio donde trabajan Distéfano, el orfebre Enrique Tarasúa y el plástico Sebastián Maissa fue depósito de matrices. Las bicicletas de la Fundación Eva Perón se hacían en IMPA, dice Enrique Tarasúa, orfebre gigante, buenazo; Enrique, un poco de romanticismo en cada diente cuando cuenta que esa máquina, ahí nomás, se usaba para hacer las bicicletas.
-La convivencia no es fácil -dice Libia Koppman, que dicta en el centro cultural algo llamado Taller de Voz-. Hay que ver que no funcione el balancín cuando se da una obra, para que no moleste el ruido, y a la vez hay que tener presente que la producción es lo primero. Pero acá a mí se me arma el rompecabezas de mi corazón. Esto refleja muy bien el momento político y social que estamos viviendo.

En IMPA trabajan 150 personas. El centro cultural tiene 40 talleres
En diciembre, Libia y tres alumnos se retorcían sobre los pisos de una oficina repleta de pomos y revistas viejas de la nueva feria argentina de algo. Se carcajeaban de lo lindo, gritaban cosas con tanto sentido como "federú jenemikén", y cómo no pensar en el tipo del balancín si viera esto: ese chico que se contorsiona como un pato y grita cotofia cotofía cotofía federú. Casi en el otro extremo del verano, un día de febrero, en una reunión en el centro cultural, quince o veinte hombres y mujeres sentados en ronda, silla contra silla, discuten el menú de una cena que harán para recaudar fondos. Tienen que acondicionar el piso del teatro de la planta baja, reponer las chapas que se volaron de un galpón, poner estufas, luces, baños. Todo eso. La discusión resbala por carriles más y menos simpáticos hasta que todos están de golpe hablando de otra cosa. Alguien menciona la palabra burgués con el costado de la encía. Alguien dice obrero. Al rato están discutiendo sobre el significado de la palabra popular y producción y clase obrera.
-Perdón, yo soy burgués -levanta la mano con toda intención Matías Chebel, un pelado joven coordinador del centro cultural.
Los ánimos se calman.
-Pero quién fue el que dijo la palabra burgués -pregunta otro. Silencio. Nadie sabe.
Caco es pelado. De los que se pelan, quiero decir. En la vida real se llama Carlos Fernández, se recibió de arquitecto en 1989, es hijo de padres geógrafos clase media todo bien, se casó con una arquitecta y tiene un hijo. Después se divorció. Después, se dio cuenta de que se aburría soberanamente ejerciendo su arquitectónica carrera, construyendo locales en el shopping. Después, un amigo lo llevó a ver la fábrica y Caco, jura, lloró. Por último, largó todo y ahora es uno de los tres que se ocupan de publicar la revista Impacto, algo así como un house organ obrero de la Ciudad Cultural. -Es un año difícil, porque económicamente estoy yendo para atrás, pero yo entro acá y me emociona. Es real. Son 150 tipos que si esto cierra se quedan en la calle. No hay computadoras, no es el Primer Mundo, el gerente no tiene celular. Es real.. Se conformaría con 600 por mes, pero hoy no gana nada. Al contrario: pone. La computadora en la que se hace la revista mensual es suya. Uno de los primeros recuerdos que tiene Caco de la fábrica es una jornada de limpieza. Había que limpiar un baño de varones, eran diez, y el baño era difícil: pringoso. Mangueras a presión. Litros de lavandina. Diez tipos muertos de asco, y Libia Koppman se puso a cantar ópera en aquel mar de inodoros.
-Y yo pensé "Pucha, qué lindo es limpiar un baño".
Caco no pensó en la posibilidad de que salga mal.
-Esa posibilidad no existe. Esto puede cerrar hoy y ya es un éxito. ¿Cuántas veces en la vida tenés la posibilidad de estar en este estado? Son las 8 de la noche. El galpón es una de esas enormes estructuras de hierro coronadas por un techo a dos aguas de chapa. El sol acaba de caer con toda pompa, escupiendo sobre las máquinas una luz operística, demagógica. Un máquina que transforma planchas de aluminio en bandejas de ídem transpira los bofes en el empeño y quien sea que la maneja tiene la radio a todo volumen con chamamé más interferencia al fondo. En medio de la casi penumbra del galpón enorme, las tres V -Valentina, Verónica, Victoria- enseñan a doce a colgarse en el trapecio, a engancharse de cabeza, a caer como pluma sobre colchones viejos.
-¡Saltamos sobre la cola! -dice alguna de las tres V, y todos saltan sobre la cola.
-Estiramos la corva -dice otra- y todos estiran la corva.
Alrededor se apilan cajas de cartón con una de las marcas de la fábrica: Hornal. Una chica delgada y con aspecto de pájaro se desliza por el trapecio con una gracia flotante. No habla con nadie. Se entalca las manos, trepa, se enreda como si volara. Enoja. Uno quisiera estar ahí. Parece tan fácil.
-Muy bien, muy bien -la alienta una de las V. Ella pega un saltito de pájaro y vuelve a hacer cola detrás de sus compañeros para el próximo ejercicio: abdominales colgada de los pies. Ella hace un montón. Es la única que no se cansa. Verónica Toledo es una de las tres V profesoras de trapecio.
-Esa chica aprendió acá. Es muy buena.
Reconoce. Ella es joven, tiene apenas 28, y ya fue trapecista de un circo. Estaba de luna de miel en Ecuador, pasó el circo y ella, que nunca había volado en una carpa, pidió permiso. La presentaron como la trapecista estrella, la invitada especial, la dama del aire. Verónica de la Argentina. Ahora da clases en la fábrica, cincuenta pesos las dos clases por mes, treinta una.
-Apenas vimos el lugar, dijimos "Acá queremos colgar nuestros trapecios". Los primeros meses éramos la atracción de la fábrica. Ahora ya los obreros están acostumbrados, pero antes los comentarios eran vamos a ver a las chicas. Incluso una vez descubrimos de dónde nos miraban. Se juntaban en un pasillito y te veían.
Verónica cocinó para trescientos en una de las cenas que se hicieron en la fábrica, y para la próxima declinó elegantemente la invitación.
-¿Dónde aprendiste a cocinar para trecientos?
-Acá. Era gracioso, batiendo trescientos huevos entre dos.
Sería más cómodo alquilar una sala, dice.
-Pero empezamos viniendo por el lugar y terminamos quedándonos por el peso del proyecto. Por momentos el proyecto es, sí, pesado. IMPA paga 40.000 pesos al mes por los servicios de luz, gas, y demás etcéteras. Como Aluar, la única empresa que puede proveerlos de materia prima, exige pagos adelantados, tuvieron que arreglarse distinto. Ahora usan chatarra. Reciclan las chapas offset de impresión de los diarios, los aerosoles usados. En el sector donde se procesan las chapas offset, alguno pegó contra un alambre una nota en chapa auténtica del diario Clarín, 1999, doble página de Troilo.
-Ah, sí, acá no todo se usa. Esa es intocable.
Dice uno.
Y ahí pasa un carrito y arriba del carrito va El Chueco Carrizo.
-¿Carlos Carrizo? Lo vengo a ver a usted.
Antes de esto, Carlos Carrizo era tucumano y trabajaba en la zafra. Llegó en 1961 a Buenos Aires con una valijita, y en enero del 62 entró en IMPA.
-Yo dentré acá de pión.
Ahora, es capataz de las áreas de fundido y laminación, y vive en Isidro Casanova, casi Laferrere, con señora, hija de 13, y dos más, uno remisero y el otro mecánico. La casa (cocina de cinco por tres, dos dormitorios de tres cincuenta por tres cincuenta, baño instalado, comedor enorme, piecita en la terraza) se la hizo él.
-Y todo eso me lo dio la fábrica. El sueldo de cada uno está en los 450, 420 pesos, nos dan dié por día, y el viernes cincuenta y con eso uno paga la lú. Acá si aumenta la facturación, ya cambia la vida de uno.
Se dio todos los gustos con la IMPA El Chueco. Vacaciones largas en Mar del Plata y Tucumán, regalos para los chicos, la casa, el primer auto que se compró en el 82, con los dos sueldos que le dieron por los veinte años de trabajo.
-En el 92, cuando cumplí los 30, me dieron tré sueldos, y la medalla de oro no me la pudieron dar porque ya no se podía. Ahora más o menos estamos reviviendo un poco, pero fue triste cuando estuvimos parados. Es como que venga un viento en tu casa, un ciclón, y te lleve todas las cosas. A mí me dolía. Nos quedábamos a dormir acá, íbamos a pedir, yo nunca en mi vida fui a pedir ni un kilo de fideo, pero no teníamos para comer. Después abrimos. Y fue lindo, porque ya estábamos como quien dice...desahuciados.
Silencio. Se queda callado, pero parece que va a decir algo. Uno podría imaginar una turba abriendo los portones, aplaudiendo de felicidad. Una torpe escena de película barata.
-¿Y? ¿Festejaron cuando entraron? -No, no. Fuimo a trabajar nomá.
Dice El Chueco, como quien dice pero qué pregunta, y tiene razón.

El centro crece
Al principio, la convivencia entre obreros y artistas no fue idílica
En el año 2000 se hicieron en IMPA 70 espectáculos. Uno de ellos, 3 EX, fue considerado una de las puestas teatrales más interesantes del año. Estuvieron también los músicos de Dos Saxos Dos y la instalación Todo lo que reluce es oro, dirigida por Jorge Caterbetti, con performances de plástica, teatro, danza y videos.
Este año, el centro cultural va a inaugurar un bar en la planta baja y un mostrador donde se venda la producción de los artistas.
Los talleres que están en funcionamiento este año son dibujo, cerámica, fileteado porteño, de modelo vivo, de realización y producción escenográfica, de máscaras, de manejo de resina, taller de la voz, seminario de investigación teatral, de composición escénica, de entrenamiento actoral, de títeres y objetos, de danzas argentinas, taller de construcción de imagen, de entrenamiento corporal, de cuerpo en acción e improvisación, talleres de trapecio fijo, acrobacia, swing, taller de historieta, taller de escritura, taller literario, taller de percusión africana, taller de construcción de instrumento, clases de guitarra, taller de historia del cine, de producción cinematográfica, de guión, taller de creatividad y taller de fotografía básica. Están a pleno desde mediados de marzo.
Para demostrar que todo siempre es tan difícil, Matías Chebel, coordinador del Centro Cultural, comenta que el año pasado La Fábrica pidió a Proteatro -un organismo del Gobierno de la Ciudad destinado a equipar y subsidiar espacios de teatro- un subsidio de luces y sonido para una sola de las salas que poseen, por valor de 11.000 pesos.
Finalmente este año el subsidio fue otorgado, se ríe de costado Matías: les dieron solamente 4000 pesos. "Y hay teatros privados que pidieron 15.000 y les dieron 15.000 -dice Matías- mientras nosotros alber-gamos a más de cuarenta grupos de teatro independientes, sin ningún tipo de apoyo más que lo que marca la ley, que es el 30% del bordereau de las funciones. Por eso pedimos que revean la decisión de este subsidio, porque no nos dan las cuentas." Para informes sobre las obras de teatro que están en cartel se puede llamar por el 4677-7279, o escribir a lafabricaciudadcultural@aper.net.
Desde este año, funciona en IMPA un microcine dedicado, sobre todo, a los cortos y a difundir el material producido por directores noveles.
El costo de los talleres es variado, pero en general no supera los 50 pesos, y los hay realmente muy baratos.
El teléfono de IMPA es 4981-3210/3730 y la revista Impacto puede conseguirse en el 4774-3552 o escribiendo al siguiente mail: revisatimpacto@hotmail.com , dirigiéndolo a Carlos Fernández, Sergio Gallegos o Cynthia Fons.

IMPA contra el Banco Central
-Le estamos por iniciar un juicio al Banco Central -dice Guillermo Robledo- y queremos que se lo inicien todas las Pyme que estén en la misma situación que nosotros. El juicio se va a basar en la principal irracionalidad que es la siguiente: el Banco Central trata a una empresa en concurso cualitativamente igual cuando entró en concurso que cuando lo homologó. Entrar en concurso es el momento en que la empresa declara que no puede pagar sus deudas. La homologación es el momento en que se puso de acuerdo con sus acreedores en cómo la va a pagar. La diferencia cualitativa entre esos dos momentos es que en el del concurso no se sabe si la empresa va a seguir existiendo, y es lógico que el banco le dé a esa empresa la calificación cinco, que es la que tenemos nosotros, porque le tiene que avisar al sistema financiero "Ojo que esta empresa está por desaparecer". Pero es insostenible que el Banco Central te mantenga la situación una vez que homologaste, que te pusiste de acuerdo con tus acreedores para pagar, y máxime cuando nosotros no le debemos un peso al Banco Central. Yo, por una normativa de Estado, tengo que morir buscando crédito en las cuevas financieras al 4% mensual, porque es el único crédito que puedo obtener. El Estado me condena a eso. Y ahora nos enteramos de que esa norma de clasificación del Banco Central es única en el mundo. No hay otro país en el mundo que tenga este tipo de normas.
Diego Kravetz es el abogado de la fábrica, el encargado de llevar el caso adelante.
Dice que es la primera vez que se va a iniciar un juicio de estas características contra el Banco Central. -Una de las comunicaciones del Banco Central que cuestionamos se llama A 2950. Es una normativa muy perjudicial. Me condena a estar en la peor calificación, calificación cinco, fuera del sistema de crédito, hasta que pague el 40% de la deuda.
Pero el 40% de la deuda se pagará al sexto año, porque IMPA tiene el concurso homologado a diez años en cuotas progresivas. Entonces durante seis años, a pesar de tener una buena negociación, tenés que ir al mercado no oficial para tener cierta financiación. Y si todo el mundo me dice que sí, si todos mis acreedores me han permitido seguir existiendo, ¿por qué viene el Estado a decirme que no? Por ese motivo es que vamos a iniciar el juicio.

Texto: Leila Guerriero
Publicado en diario La Nación el 22/04/2001.