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Recordando a Ceferino Namuncurá
Hoy se cumplen 108 años su fallecimiento en la ciudad de Roma, cuando solo tenía 18 años. Aquí recordamos algunas anécdotas de su paso por Almagro, cuando fue alumno del Colegio Pío IX.
En 1897, ya instalado el cacique Namuncurá en las tierras que el gobierno le había cedido, nace en él, con una intensidad poco común en los hombres de su raza, el deseo de que su gente se cristianice. Decidido a ello, se dirige a Viedma, donde conoce a monseñor Cagliero, vicario de la Patagonia, y le pide misioneros fijos para la zona ocupada por la tribu.
Uno de los hijos; Ceferino, el más pequeño, impresiona al sacerdote por su carácter dulce y apacible, y viendo en él condiciones y aptitudes para influir con una mayor cultura intelectual y religiosa en el ambiente indígena, insta al padre a que se lo entregue, a fin de poder llevárselo a Buenos Aires y hacerlo estudiar en uno de los colegios salesianos.
“¡No, no me lo lleven!”, decía el cacique, pero luego reflexionó y recordó lo que le había dicho en su visita monseñor Cagliero, y al fin se resuelve a llevar al niño a la Ciudad.
Cuando se supo en Buenos Aires que en un tren del Ferrocarril Sud (luego Roca) llegaba el gran cacique, la noticia cundió rápidamente por la ciudad, y la gente se agolpó en el andén.
Pero si grandes eran los homenajes al padre, no lo fueron menos los hechos al hijo, quien manifestó que venía “a estudiar para bien de su raza”. Alzaron los brazos al cielo aplaudiendo jubilosos y preguntándose: “¿Qué llegará a ser este chico?”.
Para colocar a Ceferino en un colegio, Garrón de Piedra (Manuel Namuncurá) se dirigió al ministro de Guerra, general Luis María Campos, con estas palabras: “Vengo a decirle, señor ministro, que quiero educar a mi hijo y a un nieto. Toda mi intención es que sean civilizados, buenos argentinos, para enseñar lo que aprendan a su tribu”.
El ministro le contestó: “Bueno, con mucho gusto le asignamos beca para que ingrese en el taller de marina”. Este funcionaba entonces en Tigre.
Su padre fue varias veces a ver a Ceferino en el taller. Un día notó en su mirada un algo de tristeza. Lo interrogó, y como éste rompiera a llorar sin explicarle la causa, recurrió nuevamente al Dr. Luis Sáenz Peña, en su casa particular, de la calle Moreno.
Después de los saludos, el cacique manifestó que había traído a Buenos Aires a su hijo para educarlo. Al requerir Sáenz Peña la presencia del chico, le informa que estaba en el Tigre, en la escuela que le había asignado el señor ministro. “¿Y cómo se halla? ¿Le gusta la escuela?”
Namuncurá dice: “No, señor; no está conforme; no sé cómo hacer con la criatura, si sacarla o dejarla, porque no quiere oficio de carpintero. Para eso lo hubiera ocupado con cualquier extranjero, si era para el oficio, y no lo hubiera confiado al gobierno”.
Sáenz Peña quedó pensativo y meneando la cabeza. “¿Y qué desea usted de mí, don Manuel? Yo estoy para servirle en cuanto pueda, como amigo, como se lo prometí cuando era presidente. Si cree que puedo serle útil, dígalo con toda libertad y confianza”.
Don Manuel contesta: “Bueno, doctor; yo voy a sacar a mi hijo y se lo voy a traer y se lo voy a recomendar mucho; porque para eso lo he traído a mi hijo, para que después sea útil a su raza”.
Doctor Sáenz Peña: “Muy bien, don Manuel. Lo voy a recomendar a los padres salesianos, Estos hombres siempre se han preocupado del bien de los indígenas”.
“Traigo dos, repuso el cacique, un hijo y un nieto”. Sáenz Peña replica: “Me voy a encargar tan sólo de uno, del hijo, por ser hijo de los primeros jefes de la pampa. Yo he tenido oportunidad de tener a mi servicio indígenas que me han querido dar los jefes expedicionarios; pero nunca he querido aceptar. Para mí sería rebajarme, tener entre mi servidumbre un hijo de los nativos de estas tierras. De tomarlo a su nieto debería sentarlo a comer donde comen mis hijos”.
El Dr. Sáenz Peña probablemente juzgó más digno y conveniente que el niño se dedicara sólo al estudio, pues demostraba interés por aprender y una inteligencia vivaz y clara. Para ello lo internó en el colegio “Pío IX”, dándole una tarjeta de presentación para el Padre José Vespignani, fechada el 14 de setiembre de 1897, con gran satisfacción para el cacique, pues conocía a los salesianos a través de sus amigos monseñor Cagliero, Milanesio y otros. El 20 de dicho mes Ceferino ingresaba en el colegio.
En varias ocasiones el mismo ex presidente fue a informarse sobre el aprovechamiento de Ceferino y sobre el estado de la familia y de la tribu.
El padre Luis Cencio lo recuerda así: “Fue tanta la impresión recibida, así de la mirada y apostura del valiente y temible cacique como de la delicadeza, discreción y amabilidad de Ceferino, que después de cuarenta años tengo a los dos tan presentes como si los hubiera visto hace pocos días.
Cuenta el padre Luis J. Pedemonte que en una ocasión en que Namuncurá visitó al niño hallándose presente monseñor Cagliero, el cacique fue saludado por la banda del colegio e invitado a compartir la mesa de la comunidad, y que con “el traje de coronel, se paseaba por los amplios pórticos llevando de la mano a su vástago”.
En ocasión de la visita al cacique, solicitó monseñor Cagliero que dejase a Ceferino ir a Roma para cursar los estudios eclesiásticos, lo que fue concedido, y en junio de 1904 partió el muchacho rumbo a Europa, donde recibió del papa Pío X la bendición para su padre y su tribu, brindándole un poncho de vicuña y un quillango aborígenes.
Al año siguiente murió tuberculoso en la Ciudad de Roma, y fue enterrado en el cementerio general de Campo Verano el 13 de mayo, en el recuadro 28, fila 20. Su tumba se reconocía por una cruz de madera provista de una placa de latón con la inscripción siguiente:”Zefferino Namuncurá, d’anni 18, morto a Roma il 11 Maggio 1905”. En 1924 sus restos fueron repatriados, hoy descansan en Fortín Mercedes.
La noticia le fue dada a Namuncurá en Buenos Aires por el Rdo. Padre Valentín Bonetti, director del colegio Pío IX, donde el cacique estaba de visita para agradecer a la institución salesiana todo lo que había hecho en beneficio de su hijo.
Gracias a la fortaleza espiritual ya adquirida como consecuencia de su educación cristiana de los últimos tiempos, pudo dominar su dolor. Invitado a almorzar por la comunidad, se dirigió a ella a los postres con frases breves, concisas y enérgicas, traducidas así por un hijo suyo que hacía de lenguaraz:
“El cacique, mi padre, ha dicho que ha recibido con pena la noticia dolorosa del fallecimiento en Roma de su querido Ceferino; que acata los designios de Dios. Que toda la vida quedará agradecido a su gran amigo el obispo Cagliero, por los beneficios que siempre hizo a su persona, a la gente de su tribu, y especialmente por las atenciones dispensadas a su hijo Ceferino, llevándolo a estudiar a Roma. Y que su agradecimiento se extendía a toda la institución salesiana”.
www.info-almagro.com.ar (11/05/13) - (Extensión 6942 caracteres) Fuente: revisionistas.com
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