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A 163 años de la muerte
del General San Martín

Hoy, en un nuevo aniversario del fallecimiento del “Padre de la Patria”, es una buena oportunidad para recordar quién fue este prócer reconocido a nivel mundial. Disfrutemos del feriado, pero dediquémosle unos minutos.

Yapeyú fue una de las reducciones más florecientes y ricas en tierras y ganados, que fundó la acción fervorosa y ejemplar de los padres de la Compañía de Jesús. Fue erigida por iniciativa del provincial P. Nicolás Mastrilli, con la cooperación del mártir y beato P. Roque González de Santa Cruz, superior de las misiones del Uruguay, y el P. Pedro Romero, su primer párroco. Se instalaron allí el 4 de febrero de 1627, junto al arroyo llamado Yapeyú por los indígenas, bautizándose con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú.

Fue baluarte de civilización y del cristianismo frente a los bravos indígenas, como los charrúas y los yaros, y también lo fue contra los temibles bandeirantes, hordas de hombres blancos que vivían al margen de toda ley humana y que a sangre y fuego sembraron el terror y la muerte, asolando a las incipientes misiones. Con el correr de los años, Yapeyú se convirtió en uno de los pueblos más ricos de las misiones. Poseía estancias en ambas bandas del río Uruguay.

Pero después de la expulsión de los misioneros de la Compañía de Jesús el pueblo quedó casi abandonado.

Allí el 25 de febrero de 1778 nació quien cambiaría la historia de América del Sur, José Francisco de San Martín.

Todos conocemos o deberíamos conocer la historia, por eso aquí transcribimos cómo resumió José Martí la vida del héroe máximo de nuestra patria:

“Un día, cuando saltaban las piedras en España al paso de los franceses, Napoleón clavó los ojos en un oficial, seco y tostado, que vestía uniforme blanco y azul; se fue sobre él, y le leyó en el botón de la casaca el nombre del cuerpo: “¡Murcia!” Era el niño pobre de la aldea jesuita de Yapeyú, criado al aire entre indios y mestizos, que después de veintidós años de guerra española empuñó en Buenos Aires la insurrección desmigajada, trabó por juramento a los criollos arremetedores, aventó en San Lorenzo la escuadrilla real, montó en Cuyo el ejército libertador, pasó los Andes para amanecer en Chacabuco; de Chile, libre a su espada, fue a Maipú a redimir el Perú; se alzó protector en Lima, con uniformes de palmas de oro; salió, vencido por sí mismo, al paso de Bolívar avasallador; retrocedió; abdicó; cedió a Simón Bolívar toda su gloria; pasó solo por Buenos Aires; se fue a Europa, triste; murió en Francia, con su hija Mercedes de la mano, en una casita llena de flores y de luz. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla; le habían regalado el estandarte que el conquistador Pizarro trajera a América hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte, en su testamento, al Perú.”

El Libertador falleció el 17 de agosto de 1850, a los 72 años, en Boulogne Sur Mer, Francia.

Sería bueno, que además de disfrutar el día feriado, nos acordáramos, aunque sea unos minutos, del prócer y de su vida ejemplar. Se lo merece.

www.info-almagro.com.ar (17/08/13) - (Extensión 3112 caracteres)