La página del barrio Registro Nac. Derecho de Autor Usted es el visitante |
Subestimar a la Pandemia puede resultar caroLa semana pasada comenzó otra fase de la cuarentena, que se ha ido flexibilizando, permitiendo incorporar a las actividades esenciales, otras que no lo son tanto, pero hay que poner la economía en acción, producir y generar ingresos para poder hacer frente a diversos gastos, que en mayor o menor medida afectan a todos, tanto a empresarios como al obrero que debe salir a ganar unos pesos, porque si no, no come. Esto es entendible pero ocurre que debemos ser responsables de nuestros actos y en este caso, no creer que todo ha terminado, que ya nada ocurrirá. Lamentablemente, un alto porcentaje de la gente está subestimando a la pandemia y eso puede resultar muy caro... En las calles hay mucho movimiento de personas, varias sin tapabocas y en algunos medios televisivos mostraron lo que ocurre en la Estación de Once, donde más de un millón de personas circularon o esperaron la salida de los trenes, agolpados en los andenes, sin mantener la debida distancia social. Lo mismo ocurre en los trenes, donde para bajar primero, se ve a los pasajeros pegados unos a otros al lado de la puerta. Cuando comenzó la cuarentena y el aislamiento los trenes llevaban muy poca gente. Con la flexibilización de ciertas actividades comenzó a verse más movimiento que en las fases previas de la cuarentena que se inició el 20 de marzo pasado. El ministerio de Transporte de la Nación midió la cantidad de pasajeros que usaron tren, subte y colectivos en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) antes y durante la pandemia. Del 1 al 13 de marzo el promedio de pasajeros por día era de 4.242.450 . Entre el 16 y el 19 de marzo que hubo licencias laborales preventivas el número bajó a 2.227.827. Los primeros días de cuarentena obligatoria-entre el 20 y el 26 de marzo- la cantidad de pasajeros promedio había alcanzado los 552.179. Entre el 27 y el 30 de abril el promedio había subido a 844.213. En tanto el miércoles 13 de mayo el número de pasajeros llegó a 1.060.362 producto de la flexibilización de la cuarentena. Implica una duplicación de pasajeros respecto del primer miércoles del aislamiento. En la estación se toman todas las medidas de prevención y seguridad correspondientes, hay espacios restringidos y los locales de venta de comida al paso están cerrados al público pero abiertos para llevar. Es decir que nadie se puede acodar en las barras como antes. Esos locales están tapados con plásticos transparentes y las empleadas esperan en vano la llegada de los pocos clientes que se animan a pedir un café antes de abandonar la estación. Hay policías federales y guardias de seguridad desplegados por la estación. Cintas plásticas que arman pasillos por los que se puede circular. El resto de la enorme estación está deshabitada. Los molinetes no se usan. Antes de la llegada de un tren, seis fumigadores aparecen en los andenes. Están vestidos con mamelucos blancos, cubiertos con una capucha y protegidos con antiparras y barbijos. Un chaleco verde flúo los identifica claramente. Llevan bidones amarillos y caminan por la estación esparciendo un líquido desinfectante y sanitizante. El problema es que los pasajeros no cooperan poniendo de su parte la voluntad de ajustarse a los requerimientos para evitar contagiarse y contagiar. En los vagones viajan con la distancia sugerida, pero al momento de bajar, rompen el protocolo y se amontonan en la parte delantera de la formación, para bajar primeros. Esto puede traer consecuencias en pocos días y aumentar los casos de contagios, debiendo retroceder y teniendo que implementar un aislamiento más estricto. Una vez que el tren se detiene comienza el protocolo para controlar los permisos de circulación. Cuando los pasajeros pisan el andén, un empleado de Ferrocarriles Argentinos se baja el barbijo obligatorio y megáfono en mano comienza a indicar cómo se tiene que realizar la fila para salir de la estación. “A la izquierda médicos, enfermeros y personal policial con matrícula y permiso en mano. Particulares a la derecha con permiso y DNI en mano”, vocifera. Se forman dos filas: una pegada al tren que acaba de llegar, donde uno tras otro -todos con barbijos- se encolumnan los “particulares”. Otra fila es la de los trabajadores en tareas esenciales. Si en la fila se guardara la distancia sugerida para evitar el contagio, su extensión sobrepasaría el largo del andén. Es decir que allí tampoco se cumple con el 1,5 m de separación entre pasajero y pasajero. El empleado que da las indicaciones con el megáfono, ordena las filas para el control y además, por los parlantes de la estación se recuerdan algunas recomendaciones como la de separarse a 1,5 metros de los pasajeros que están adelante y detrás en la fila. Pero eso no se cumple. Policías federales uniformados de azul y con chalecos naranjas controlarán velozmente que las autorizaciones para circular sean pertinentes y además solicitan el DNI de las personas. Una vez verificado, el pasajero puede salir de la estación. Si algo ocurriera con este trámite, que por alguna razón no cumple los requisitos exigidos, el pasajero debe abandonar la fila y dirigirse a un escritorio donde tres oficiales de la División Sarmiento de la Policía Federal atienden la consulta. No están uniformados, visten de calle con campera y barbijo que los identifica: PFA dicen ambas prendas. Cuando termina el proceso de control de los permisos, el tren y el andén quedan vacíos y nuevamente se fumiga todo. Suben a los vagones y se encargan de rociar los asientos, los pasillos y todos los recovecos de la formación. Los bidones tienen una sustancia llamada amonio cuaternario, un derivado del amoníaco que es útil en el combate contra el coronavirus. Ellos van y vienen con sus rociadores. Nada se les escapa. Rocían todo, incluso los molinetes de la estación que están en desuso. www.info-almagro.com.ar (5833) - Publicado el: Lunes 18/05/20 |