Arturo Bonín & Susana Cart

Amor confirmado

Cuando se conocieron, ya hace 30 años, eran, igual que hoy, actores de vocación, pero vivían de otras cosas. Arturo era vidrierista y Susana tenía un comercio. Ella estaba casada. El era un solterito sin apuro. Años después, cuando formaron una pareja (de la ocasión ya se cumplieron 23 años), cada uno venía de una separación y tenían un hijo pequeño del matrimonio anterior. "Y nos enganchamos bien, aun cuando todos pronosticaban que sólo duraríamos dos meses juntos", cuentan ahora. En febrero de 1996, por franca iniciativa de los chicos, se casaron legalmente, tanto como para superar el prejuicio de que los papeles no sirven para nada y observan que, desde entonces, la relación entre los dos cambió cualitativamente. Hace dos años encararon un proyecto multifamiliar y, con dos obras sobre la pareja (Hasta que la vida nos separe y Cómo ríe la vida), emprendieron una gira que los llevó a actuar en 90 pueblos de 20 provincias argentinas. La entrevista se realizó en la espléndida casa reciclada de la pareja en el barrio de Almagro.
-Arturo acaba de estrenar Confesiones del pene. ¿Sentiste la famosa envidia del pene de la que tanto habló el psicoanálisis?
Susana Cart: -No, yo sentí el placer del pene de Arturo... (Risas.) Bah, de tener uno propio porque, para ser sincera, lo siento un poco de mi propiedad. (Más risas.)
-¿Le tiraste letra para la ocasión?
S. C.: -La verdad es que, cuando a Arturo le propusieron este trabajo, los dos reaccionamos con cierto prejuicio, pensando que se trataría de algo exclusivamente oportunista.Y, en general, cuando tiene dudas, Arturo me consulta, incluso me da a leer los libros que le proponen y en este caso fue así. Lo leí, me gustó, porque estaba hecho desde un buen lugar, tanto del hombre como de la mujer.
-Cuando el trabajo del otro no les gusta, ¿se lo dicen o lo callan?
S. C.: -Aunque sea doloroso, lo decimos. Nos ocurrió de ir a ver un ensayo general y tener que decirle después al otro, no me gusta cómo estás. Con eso se asume siempre un riesgo terrible. ¿Qué hacer?¿Callarse la boca o disimular porque mañana mismo es el estreno? Nosotros preferimos no mentirnos.
A. B.: -No hubo resentimiento. En ese sentido tenemos una escuela hecha, porque hemos discutido y discutimos mucho, somos agresivos e incluso podemos llegar a ser hirientes, pero aprendimos a decirlo todo desde la buena leche como para que no queden cosas pendientes. La idea es decirse todo, pero conservar la armonía. Creo que una de las cuestiones en las que más avanzamos fue en el estilo de discutir. Antes era violento, casi nos matábamos, volaban los portazos.
S. C.: -Desde hace un tiempo, aprendimos a pasar a cuarto intermedio, a reconocer que no es el momento para seguir adelante con la discusión...
A. B.: -Y muchas veces, en esas circunstancias, nos vamos a comer y ese encuentro nos ayuda a renovar los contratos.
-¿Arturo es machista?
S. C.: -Todos los hombres son machistas, pero lo que sí puedo decir es que él rechaza la ideología machista. Una de las grandes virtudes de Confesiones del pene es que no es un espectáculo machista, sino que es autocrítico e irónico respecto del machismo. Creo que habría que encontrar un término medio, porque nos hemos criado entre el orgullo del pene y la vergüenza de la vagina...
-¿Cómo se conocieron?
A. B.: -Fue en 1971. Yo integraba un grupo de teatro y llegué al Teatro Payró a entrevistarme con otro grupo. La impresión inicial que tuve de Susana fue que era una mina insoportable. La odié a primera vista. Era una líder clara dentro de su grupo, pero además me pareció muy, muy...
-¿Mandona?
A. B.: -Mandona sigue siéndolo... me pareció muy ejecutiva. Así nos conocimos.
S. C.: -Yo pertenecía al elenco de Raúl Serrano y estábamos haciendo la obra de Beatriz Mosquera. ¿Qué clase de lucha es la lucha de clases? Y ahí llegó un día Arturo para hablar de una cuestión sindical relacionada con la Lista Blanca, de la Asociación de Actores, a la que pertenecíamos. Y, qué cosa, a mí no me pareció insoportable. A mí me pareció... ¿cómo decirlo...? El era tan flaquito, parecía que pesaba 34 kilos, con su pelo tan largo que lo hacía mucho más pibe. Además tenía un extenso currículum de señoritas, siempre se aparecía con una distinta. Uno se preguntaba, ¿qué hacía él en medio de todo eso?
-¿Qué hacías?
A. B.: -Me gustaba mucho el teatro. Era lo principal para mí en ese momento y, en lo demás, las mujeres por ejemplo, trataba de no tomar compromisos. Pero pasan unos años y el director Manolo Iedvabni me invita a trabajar en ¿Cuánto cuesta el hierro?, en el Teatro del Centro y ahí nos reencontramos con Susana, ahora sí, sobre un escenario, trabajando. Yo me había casado, había nacido mi hijo Mariano y a los 6 meses me separé. En un momento, varios amigos, entre los que estaba Susana, que ya hacía un año y medio que estaba separada y con una hija, contribuyeron con una vaquita para que pudiera alquilar un departamento. Y ahí aparece la posibilidad de un rebusque histórico: meterse en un quiosco de cigarrillos y golosinas, al lado mismo de Sadaic, en la calle Lavalle, que, yo suponía, era un trabajo ideal para manejar con libertad los horarios. Susana era la socia capitalista, yo ponía el trabajo de las 8 de la mañana a las 9 de la noche. De libertad ni hablar, imaginate, era como pasar el día en un ataúd vertical. Pero así iniciamos otro tipo de relación.
S. C.: -Hay cosas de la vida que suceden sin grandes explicaciones, porque empecé a descubrir en el tipo lindo, en el langa, otra cantidad de virtudes, no sólo las estéticas.
-¿Existió una declaración formal?
S. C.: -Sí, la hubo, a partir del momento en que los dos tuvimos que reconocernos que nos pasaba algo que excedía la relación de compañeros de elenco y de socios. Y creo recordar que en algún momento nos dijimos que había oportunidades en la vida que no se deben dejar pasar. No era tan sencillo, porque veníamos de parejas que se conocían entre sí, porque habíamos compartido otros espacios, porque cada uno tenía hijos chicos y por los miedos que se renuevan. Pero lo hicimos, y aquí estamos. Lo hicimos bien.
-En sus obras Hasta que la vida nos separe y Cómo ríe la vida, ¿han puesto escenas de su propia vida conyugal?
S. C.: -No, porque como concepto siempre pensamos que el teatro no debe ser un retrato de la vida, más bien debe ser una síntesis, un espejo crítico. Todo está pasado por la subjetividad de cada uno, es una visión nuestra. Y también nos ayudó en el texto final un autor muy joven, de 23 años, que hizo muy buenos aportes. Sí es cierto que nos empezó a preocupar el tema a partir de lo que nos pasaba en la vida. Y de otro detalle: cuando nos dimos cuenta de que todas nuestras parejas, amigas de toda la vida, se habían separado. Desde hace tiempo nos relacionamos con parejas más jóvenes. En el aspecto de proyectar, vemos que las parejas contemporáneas hablan sólo de temas agobiantes, les cuesta mirar para adelante, no tienen proyectos.
A. B.: -Están encerrados en un presente perpetuo y desgastante. En Hasta que la vida nos separe, decimos una frase que es clave para estos tiempos: "Cuando se fueron los chicos de casa me di vuelta y lo vi a él, que era un extraño". Mucha gente conocida nos tiró esa misma frase. Nosotros somos apostadores de la convivencia. Siempre decimos que cada uno al lado del otro es mejor persona. Podrán pasar muchas cosas, pero nosotros nos conocemos y sabemos que las buenas influencias están... Podrán pasar muchas cosas -inconvenientes familiares, cuotas, mudanzas-, pero lo importante permanece. Cuando empezamos a reconstruir esta casa muchos nos dijeron que terminaríamos separados, pero aquí estamos.
S. C.: -Reconozcamos que los primeros días nos matamos, porque discutíamos hasta dónde tenía que ir cada clavo. Pero después encontramos los caminos para ser más felices.Y por allí fuimos.
A. B.: -Es un mecanismo de trabajo y de vida. ¿Cuál es lo tuyo? Tengo absoluta confianza en que lo que hagas, lo vas a hacer muy bien.
S. C.: -En nuestras obras se habla de una de las cosas más despreciadas de la actualidad: hablamos de la convivencia. ¿Viste que ahora se escucha a mujeres u hombres separados que dicen, como si fuera un triunfo: "Tengo todo el placard para mí, recuperé la cama, ahora puedo ver el programa de televisión que se me antoja..."? Sí, es cierto, decimos nosotros, pero ¿y el resto de las cosas que uno se pierde al separarse?
A. B.: -Nosotros habíamos trabajado mucho en grupo, pero solos bastante poco. Yo digo: entro a la cocina y la veo; me doy vuelta en la cama, y allí está. La veo en todos lados y me resulta muy agradable verla.
-Y vos, ¿ qué ves cuando lo ves?
S. C.: -Yo estoy enamorada de Arturo. No me aburro jamás con él. Es la única persona con la que puedo compartir 15 días en cualquier lugar desconocido, es la persona con quien me gusta y puedo soñar, delirarme, relajarme, emborracharme, crear.
-Ahora bien: ya lo escribió don Alejandro Romay: Lita, los hijos se nos van. ¿Qué les pasó a ustedes cuando los chicos se fueron?
A. B.: -Muy claro: cuando los hijos se fueron, salimos de gira.
S. C.: -Para salir de la rutina, enfrentar las discusiones, superar las dificultades...
A. B.: -Julieta nos dijo un día: "¿Ustedes hacen esto para sentirse 20 o 30 años más jóvenes, no?" Y sí, hay que reconocerlo, entre otras cosas. Pero también es que hace 20 o 30 años no pudimos hacerlo porque otras cosas nos lo impedían, porque hasta el país y el mundo eran otros.
S. C.: -Julieta una vez nos escribió un texto donde decía que admiraba cómo evolucionó nuestra relación y que nos agradecía la enseñanza de vivir cada instante lo más feliz posible.
-Y ahora, ¿ya esperan un nieto?
S. C.: -Sí, sí.
A. B.: -Sí, con mayúscula y subrayado. Pero entendemos que es cuestión de los chicos. Julieta, por ejemplo, es una persona con una enorme avidez por el conocimiento. Es profesora de matemáticas, de física, de cosmografía, se licenció en Medio Ambiente, prepara su tesis, quiere instalar una consultora y un par de veces que hicimos presión nos sacó corriendo.
S. C.: -Nos hizo saber cuáles eran sus plazos y nos callamos la boca.
-En Cómo ríe la vida, ustedes plantean el tema de la infidelidad. ¿Haberlo puesto en la obra les planteó algo en la vida cotidiana?
S. C.: -A mí, la infidelidad me parece algo de enorme sufrimiento. No porque no haya sido infiel alguna vez, sino justamente por eso: el recuerdo de la infidelidad me transporta a épocas de dolor, de inseguridad. Hoy, recordando aquello digo, nos decimos, agradezco a la vida no tener que pasarlo. No lo podría comprender, ya no desde lo moral, sino por la absurda necesidad de esconderse y por ofrecer la imagen de alguien que no sabe qué quiere en la vida.
A. B.: -Uyyy... el tema de la infidelidad. ¿Sería el tema del desdoblamiento, no? Sé perfectamente qué es desdoblarme frente a una cámara o en un escenario. Pero una infidelidad implica tener que desdoblarse interiormente y tener que asumir una serie de cuidados, de alarmas, de espantosas intranquilidades que me llevan a no saber dónde estoy parado. Yo soy de instalarme en los lugares y estar tan alerta ante todo me obligaría a vivir agotado.
S. C.: -Pero el gran miedo no es a la infidelidad o a la separación, sino a la ausencia.
A. B.: -Susana habla de la ausencia del otro, de la muerte...
S. C.: -Yo no concibo la vida sin Arturo...
A. B.: -Yo tampoco sin ella. Y ahora, con lo de la guerra, si algo pasara, querríamos que nos sorprendiera con los afectos más primitivos muy cerca: con los hijos cerca...
S. C.: -... y con mi hermana y mi cuñado, que viven en España, también cerquita.
-¿Cuáles son los temas de peleas o reproches más comunes en su pareja?
A. B.: -El punto de fricción más importante es una cierta indolencia que tengo yo con las cosas. Se quemó una lamparita. ¿La cambiás? Digo que sí, seguro que lo haré, pero me olvido. Pasa el tiempo, Susana se da cuenta de que la lamparita sigue quemada y se enoja. Le cuesta entender que no es premeditación, sino simple olvido.
S. C.: -En contrapartida, yo soy la superansiosa de la casa, la obsesiva que necesita hacerlo todo ya.
-¿Y por qué no cambiás vos la lamparita?
S. C.: -Está bien. Juro que hago todo lo posible por hacerlo. Sólo que a veces no puedo, no sé hacerlo. A mí me da placer ver todas las cosas ordenadas. Durante años lo torturé pretendiendo que Arturo fuera tan ordenado como yo. Hasta que cambié. En esta casa tan grande, hay zonas propias, mías, y otras de Arturo en las que directamente no me meto. Otro reproche que me hace Arturo es que siempre me anticipo a las cosas...
-Perdón, pero, en todo caso, estar delante de las cosas es una virtud.
S. C.: -En parte, porque para el otro también puede ser una presión. Otra cosa es que suelo tener opiniones más duras, menos negociadoras en los temas laborales, pero finalmente respeto la decisión que él tome.
-O sea que, si sale mal, no sos de decirle: "Viste, yo te dije..."
S. C.: -Antes sí, ahora no. Otra diferencia es que yo soy bastante conservadora en la administración de la casa, pero en años de convivencia también aprendí de Arturo a no guardar y a disfrutar más.
-¿Cuál es aquella escena de la vida conyugal que jamás transformarían en situación teatral?
S. C.: -La del sexo, por de pronto.
A. B.: -Claro, para papelones... (Risas.) S. C.: -Preservamos nuestra intimidad y otras cosas profundas.La vida está difícil para todos, también para nosotros.
A. B.: -Si nos dejáramos llevar por el entorno, ya nos habríamos reducido. Al irse los chicos, esta casa para nosotros dos es inmensa. Y nunca falta quien mire las cosas con ojos excesivamente prácticos. Hubo gente que se nos acercó para alertarnos: en esta casa, les sobran cien metros cuadrados y hoy esa cantidad de metros significan 100 mil dólares. Pero, ¿y la tranquilidad?¿Y lo que entrego a cambio?¿Y si me voy a vivir a otro lugar que no sea tan silencioso? Si aceptáramos ese planteo, sentiríamos que nos estamos dejando vencer por una lógica muy actual pero sin presentarle batalla. Somos actores, y actores sin un proyecto, o dos, debajo del brazo son personas que se murieron ayer y nadie les avisó. La mayor forma de cuidarnos es hacer cosas que alimenten nuestra alma, más allá de la guita y, en especial, siempre, tener más de un proyecto.
S. C.: -Siempre habrá una causa. Alguna vez fue Teatro Abierto, luego, la militancia en la Lista Blanca de Actores, así como ahora está Teatro por la Identidad, que nos parece un proyecto valiosísimo, lleno de gente joven de la que aprendemos mucho. Con nuestras obras de teatro recorrimos 90 pueblos y ciudades de 20 provincias, y fuimos hasta lugares en donde hacía 20 años que no llegaba un elenco teatral. Eso es muy, muy emocionante.
-En la pareja de ustedes, ¿quién maneja el control remoto del televisor?
S. C.: -El señor, sin ninguna duda.
A. B.: -Uno... dos... tres... cuatro... cinco controles remotos a mi disposición: el del aire acondicionado, el decodificador, los de dos videocasetteras, el del televisor.
S. C.: -A mí me vuelve un poco loca la manera como maneja el control del televisor. Es algo que escapa a mi entendimiento. Yo observo que las mujeres, en general, miran un poquito hasta descubrir algo. En cambio, Arturo se pasa dando vueltas los 60 canales sin mirar absolutamente nada.
A. B.: -Estás equivocada. Yo miro todo. Y entiendo todo. Mi lógica es que no me gusta ver películas empezadas, me estaciono en el fútbol, sea la clase de partidos que sea; por ejemplo, el campeonato de ascenso de Honduras. Esa es mi lógica ilógica.

Investigación periodística: Inés Ulanovsky

Sobre gustos

Están tocando nuestra canción: "New York, New York. Sea la versión que sea, apenas la escuchamos, no podemos dejar de bailarla".
Un lugar en el mundo: Buzios, Brasil, en 1979 (A. B.); Lindos, isla de Rodas, Grecia (S. C.).
Un restaurante que nadie conozca, pero ustedes sí: "Tenemos uno que es como nuestra segunda casa. Hace 10 años que somos habitués y muy amigos de los dueños de El Farol, en Estado de Israel y Rocamora".
El momento para ir al cine o al teatro: "No somos de ir demasiado al teatro. Y respecto del cine, desde la irrupción del video vemos unas tres o cuatro películas por semana en casa. A mí me deprime ver cómo está la calle y a veces prefiero no salir". (S. C.) "A mí, los cines nuevos, con bebidas y pochoclos en las salas me ponen loco". (A. B.)

Hasta que la vida nos separe

Nombres completos: Arturo José Bonín y Susana Clara Cart
Estado Civil: casados, primero sin papeles, durante 18 años y desde el 9 de febrero de 1996, legalmente por iniciativa de sus hijos y con ellos como testigos de la boda civil.
Matrimonio Nº: dos, para ambos.
Hijos: dos, uno de cada matrimonio anterior. La hija de Susana es Julieta, de 27 años, profesional, en pareja. Ante la invitación a casarse, la joven se defiende alegando que ellos estuvieron 18 años juntados; Mariano, hijo de Arturo, 23 años, publicitario, vive en España y está en pareja con una argentina. Aunque no tuvieron hijos en común, la forma comprometida y afectuosa como cada uno habla del hijo del otro refleja la calidad de la alianza familiar que generaron.
Profesión: actores.
Trabajos actuales: Susana participa del grupo de actores y actrices que llevó adelante este año la experiencia de Teatro por la Identidad. Arturo es, junto con Juan Palomino y Diego Peretti, protagonista de la comedia Confesiones del pene, recientemente estrenada.
Hobbies y afinidades: para Bonín, las manualidades hogareñas (carpintería, albañilería, electricidad) y el entrañable deporte del alpedismo (hacer nada, pero con mucho tiempo); para Cart, las tareas administrativas del hogar y, en especial, el manejo del dinero.
Matrimonio mítico o modelo: el de los escritores Dashiell Hammet y Lillian Hellman. Sus mejores amigos actuales son arquitectos y los admiran "porque están juntos, se estimulan y hacen lo que quieren".

Nota publicada en diario La Nación (Revista) el 28/10/2001