El Gitano, entre luces y sombras

El Gitano era parte de la geografía del barrio. Cada primavera recorría las calles vendiendo aromáticos jazmines, lilas o violetas; en otras ocasiones ofrecía relojes, cajitas de música, etc. Vestía elegante y decorosamente: pantalón y camisa negra. De su cuello colgaba una gran cruz de plata, sus dedos estaban adornados con gruesos anillos de alpaca; era moreno, tendría sesenta y tantos años, como él solía decir. Era solitario, no tenía familia. Vivía en un hotel de la calle Humahuaca y siempre comía en el bar de la esquina de Mario Bravo, mirando por el ventanal esperando quién sabe qué cosas. Su pasado parecía haber sido esplendoroso; en su mochila llevaba unas fotos descoloridas que dejaban ver a un hombre cantando frente a un micrófono en un amplio escenario: era el Gitano, que cantaba tangos como los dioses. La foto estaba casi borrada, pero se podía escuchar cantar al Gitano, poniendo un poco de imaginación.
Había sido cantor de serenatas, de cabarets y de sótanos, donde se reunía lo mejor de la bohemia de aquellos tiempos.
Había nacido por Boedo, pero por esas cosas de la vida recaló en el Abasto. Le gustaba recordar su vida pasada: derroche, buena pilcha, gastar todo lo que ganaba, vivir de noche y dormir de día. Al atardecer se comenzaba a preparar para la función, y luego lo mejor: la sobremesa con los amigos y las lindas mujeres. "Cabaret, Tropezón, un amor en cada esquina, pucherito de gallina con viejo vino carlón"... ¡qué lejos estaba de todo aquello!. Al volver a la realidad, debía continuar llevando la mochila repleta de baratijas, tratando de vender algo para poder comer a la noche.
Los sábados al atardecer se lo veía en la placita Almagro; se sentaba a descansar, dejando su mochila a un costado, mientras se refrescaba con una cervecita. Decía que esperaba a su hija y a su nieta, pero ellas nunca llegaban; esperaba en vano, hasta que, cansado, se dirigía a la pieza del hotel a continuar estando solo.
Un día, al bajar del colectivo, se cayó y se quebró varias costillas; desapareció por un tiempo, había estado internado en el hospital Ramos Mejía. Nunca se repuso del todo; allí comenzó su declive. No pudo trabajar, se tuvo que ir del hotel y terminó viviendo en una casa tomada, comiendo salteado, hasta que desapareció del barrio. ¡Quién sabe a dónde se lo llevó la vida!
Era conocido como "El Gitano", casi nadie sabía su nombre ni su apellido. Me dijo una vez que lo llamaban así porque de chico se fue con un circo de gitanos. Su vida como se ve, era recorrer, andar, sin anclar en ningún lugar. Irónicamente, su última morada fue la vieja gomería que estaba en la calle Sarmiento esquina Sánchez de Bustamante, donde hasta hace poco funcionó la Peña del Abasto. Quizás alguna madrugada el Gitano se subió al escenario y cantó para un público imaginario, escuchó aplausos, elogios y luego se marchó rumbo a su destino, mientras cantaba "Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor"...

Fuente: Periódico Primera Página N° 88 - Agosto de 2001
Autor: Susana Sosa