ALBERTO VACAREZZA


Aquel hombre corpulento y bromista incasable, que tenía facilidad para versificar, capaz de definir en pocos trazos una obra dramática pequeña con sentido teatral, de asunto jocoso y de carácter popular, como se lo define al sainete, lucía un apellido familiar muy tradicional en el barrio.
Además, aquel hombre producía por igual una poesía satírica, como la letra de un tango, o realizaba la adaptación de un argumento propio para cine.
Aquel hombre, al que se conoció bajo el rubro artístico de Alberto Vacarezza, que se llamaba en realidad Bartolomé Ángel Venancio Alberto Vaccarezza, supo transitar Almagro, en las cercanías de Corrientes y Gascón, donde aún viven familiares directos que por muchos años dieron notoriedad a esos alrededores, por haberse consagrado algunos a la medicina y otros a la abogacía, llegando incluso a ser diputados nacionales.
Nacido en el barrio de Almagro, el 1 de abril de 1886, su inclinación inicial consistió en frecuentar con su inspirada pluma el argumento de obras teatrales; según expresan sus historiadores, tuvo su incidencia más directa en la cercanía de sus compañeros de colegio Armando Discépolo y Federico Martens, o bien en sus frecuentes visitas a una novia en una casa de la zona de Abasto, cuyo dueño era animador de cuadros filodramáticos, y que al parecer también tuvo bastante influencia en despertarle su relevante afición.
Macizo, sereno, con una agudeza innata, hizo sobrevolar por encima de su enorme humanidad un punzante sentido del humor aplicado a casi todas las disciplinas en el arte de escribir.
En 1903 comenzó escribiendo una obrita titulada "El juzgado", que se estrenó en un salón de Villa Crespo; pero el primer gran salto a la popularidad lo logró en 1911, cuando borroneó la primera que logró mayor aceptación, y que tituló "Los scruchantes". En esos días, apenas un jovencito era empleado judicial en el Juzgado de Paz, de Triunvirato y Canning; con su vena de alegría ligera que ya comenzaba a marcarle une característica que abandonaría, tomó el hilo argumental de "Los scruchantes" de las fojas judiciales y entró definitivamente a integrar el círculo de autores teatrales de una época de grandes escritores argentinos.
En 1929 obtuvo que su pieza "El Conventillo de La Paloma" se consagrara como el hecho cultural de mayor trascendencia de ese año, y que aún hoy, a más de medio siglo de su estreno, se eleve a la categoría de "sainete de sainetes"
A partir de ese suceso, su labor inspirativa continuó con una serie de más de doscientos títulos del género chico criollo, que produjo a lo largo de cuarenta años, con muy buena repercusión de parte del público porteño.
A las obras citadas podríamos agregar: Tu cuna fue un conventillo, Juancito de la Ribera, Chacarita, Los cardales, Lo que le pasó a Reynoso, Murió el sargento Laprida, Cuando un pobre se divierte, Todo el año es carnaval, Villa Crespo, El arroyo Maldonado, Va cayendo gente al baile, Todo bicho que camina va a parar al asador, etc.
En el conjunto de esas piezas teatrales encontró el pedestal que le nombradía, y donde instaló y puso a consideración de sus seguidores sus personajes "cocoliches" que, como una realidad de vida, pintó con imaginación y buen humor. Se animó a disponer situaciones grotescas como una exposición en solfa de una época pacata y a la vez mítica. Escribió parlamentos de corte "vacarezzano" que se expresaban con un idioma que le era propio, y muy especialmente manejó con ingenio escénico sus muñecos ficticios, graciosos, exclusivos y distintivos.
Se las arreglaba para poner en boca de sus protagonistas lo que, con toda probabilidad, hubiese pensado todo espectador a propósito del modismo, la situación planteada o la caricatura utilizada.
Incursiona, como queda dicho, en la industria del cine como adaptador, grabó numerosos poemas que le pertenecen y ocupó espacios radiales dando charlas con su estilo por demás original.
Jugador impenitente, no le faltó ocasión ni pretexto para prenderse a cuanto juego se le presentase, para dilapidar el dinero que le proporcionaban su bien ganado prestigio y su permanencia en las carteleras de las salas de Buenos Aires.
Jugó siempre como jugó con los personajes que creaba, y hasta jugó con su destino final, al anunciarle al crítico y periodista Rómulo Berruti, poco antes de su muerte, el 6 de agosto de 1959, que estaba "ensayando pa'finado".
Vivió intensos 73 años, con un comportamiento simple y campechano, tal como vestía a sus criaturas y tal como veía a la gente de su tiempo.
Otro rubro que le reportó satisfacciones fue incorporar a su inventiva letras de tangos que comenzó incluyendo en los cuadros de sus sainetes y contaron con la colaboración musical de compositores de mucho cartel. El músico con el que más formó binomio fue el pianista Enrique Delfino, con quien compuso tangos de gran notoriedad, cuyas melodías aún perduran en los repertorios de los actuales intérpretes, como son: "La copa del olvido" (1921), primera letra de Vacarezza que se cantó en el sainete Cuando un pobre se divierte, a la que siguieron "Araca corazón", "Calle Corrientes", "Francesita", "No le digas que la quiero", "Otario que andás penando", "Padre nuestro" y "Talán...Talán".
Con el bandoneonista Antonio Scatasso hizo "Adiós para siempre", "El poncho del amor" y "No me tires con la tapa de la olla". Con el director Juan de Dios Filiberto, el conocido tango "Botines viejos", y con el pianista Raúl de los Hoyos, el famiso "El carrerito".
Por ser un escritor compenetrado del alma de su pueblo, toda su obra dejó plasmado ese soplo vital que supo imprimirle luego de que con gran capacidad de captación dibujó el drama con un tono pintoresco, al que más que una lágrima le sugería una sonrisa y en determinadas ocasiones hasta le arrancaba carcajadas.
Almagro, que también tenía sus conventillos, sus guapos, sus "gorutas", sus "grébanos", sus taitas, sus "yoyegas", sus "grelas" tal como lo definía Vacarezza, cuenta en su orgullo recordatorio con este escritor, poeta y charlista, que enaltece la lista de los protagonistas que se mencionan en las páginas de este libro.
Vacarezza, al decir de los espectadores, lectores y críticos, era el autor de un "teatro en el que el pueblo era capaz de reírse del pueblo".

Fuente: "Almagro en el intento".
Autor: Omar Pedro Granelli.